El Cofre parte 1

Rafa os prometió uno de sus historias, de esas que te cortan la respiración y te dejan deseando más. Bien, disfrutaréis de El cofre por entregas, para mantener la intriga hasta el final.

-Tiene que ser sobre ella,- pensaba cuando se sentó frente a su ordenador y se obligó a sí mismo a escribir unas cuantas líneas de algún relato que lo pudiera transportar a un mundo mejor, ya que en éste no se sentía demasiado a gusto últimamente. Él necesitaba un buen empujón que lo motivara y le hiciese sentir un poco superior a los demás, que sin duda lo estaban infravalorando y eso sin duda lo sacaba de quicio. Este muchacho era una personita normal, un hombrecito que vivía en una ciudad de provincias, o sea un pueblecito grande pero sin llegar al estruendo y la movilidad de una capital donde todo va más rápido, incluso el tiempo.

             En este aspecto él tenía suerte porque se podía permitir el lujo de salir a altas horas de la madrugada sólo para ver de qué color estaba el agua de la fuente que había a sólo una manzana de su casa. Pero en este momento en que empieza su historia él no quería salir, sólo escribir y escribir sin parar porque se sentía muy bien y cuántas más letras veía en su pantalla más le crecía su autoestima, y digo pantalla porque sin duda él disfrutaba en frente de un ordenador, por más que le pesara a su vista un poco cansada ya, pero es que su máquina de escribir además de vieja, tenía demasiado atascada la letra a, y todos sabemos que sin ella no podemos ir a ningún lado.

             Así pues este muchacho estaba en una pequeña habitación de su casa mientras todos los demás estaban acostados y por lo menos en el tercer o el cuarto sueño, y él seguía impasible intentando ordenar todos los pensamientos que se le venían a la cabeza y así sin dejar escapar ninguno, conseguir un collage que plasmara su vida en unos cuantos folios; eso era muy difícil pero lo quería intentar para probarse a sí mismo y quitarle la razón a sus posibles detractores que aunque no demasiados sí que le quitaban el sueño. Cuando este sueño por fin vencía al pensamiento entonces él tenía que dejar su afición y ponerse manos a la obra para dormir. Y es que no os creáis que él escribía junto a su cama, ni mucho menos; cuando él apagaba el ordenador empezaba todo un proceso en el que muchos factores entraban en juego.

             En su dormitorio no había rastro alguno de camas pero en cambio sí había un mueble que ocupaba casi en su totalidad el espacio habitable. Este mueble escondía en su regazo dos camas, abriendo eso sí un par de pequeñas puertecitas que daban paso a la cama propiamente dicha, eso era el principio del proceso porque después había que bajarla ni muy despacio ni muy deprisa para que no chirriara demasiado y no despertara a nadie. Una vez que ya estaba la cama en el suelo sólo faltaba colocar la almohada escondida en otra puerta, y a dormir. Todo este proceso sumado al hecho de que este muchacho usaba habitualmente lentillas le prohibía casi terminantemente pillar una buena borrachera de esas que no aciertas ni a meter la llave en la cerradura, aunque habría que decir que sus borracheras se veían totalmente disipadas en el momento en que entraba en su casa y a partir de ahí todo era pura rutina y no importaba el grado de alcohol que llevara encima, era lo de menos.

             -Tiene que ser sobre ella,- se volvía a repetir intentando recopilar todas sus ideas y encauzándolas sin seguir un patrón, pero algo se lo impedía porque una y otra vez quería que ella fuese la protagonista de su historia. Seguía luchando y luchando para que nada perjudicase el flujo normal de ideas que manaban de su mente, y la verdad es que eran muchas debido a la cantidad de libros que leía habitualmente y también, como no, del enorme número de películas que devoraba sentado en un sitio cualquiera y manteniendo un silencio absoluto, lo que le permitía oír perfectamente el sonido de la película y también todos los sonidos provocados por los movimientos ya sea al moverse o al comer de los miembros de su familia y que lo desconcentraban un poco. Como iba diciendo esto le facilitaba mucho la variedad de ideas originales que le llegaban a su pensamiento y a él le gustaría plasmarlas todas pero no podía, eso se notaría demasiado, era plagio quizás, aunque el jurado no se diese cuenta, él no sería un digno vencedor sino el vasallo de una magnífica gama de escritores que lo habían ayudado a escribir, y él no era capaz de hacer eso; él no era así.

             Así sin darse ni cuenta llevaba ya tres o cuatro días sin salir a la calle para nada, y no sabía si esto le incomodaba o le sentaba bien, el caso es que disfrutaba escribiendo, pensando, recordando, imaginando, viviendo. Claro está que no era escribir lo único que hacía en todo el día a pesar de no salir, era capaz de administrar muy bien el tiempo y de sentirse satisfecho al finalizar el día, como cuando tienes la sensación de haber terminado un trabajo al que has dedicado mucho esfuerzo e inmediatamente te ves con fuerzas para empezar otro, pero al final nunca lo empiezas y te das por satisfecho con lo que ya has realizado. Al fin y al cabo era lo que te habías programado y tampoco hay que forzar la máquina demasiado, eso tampoco sería bueno, y él tampoco era así.

             Así pues además de dedicarse a golpear el teclado de un ordenador dedicaba algún tiempo a estudiar, a leer y a observar la maravillosa caja tonta que tanto tiempo le quitaba pero era inevitable resistirse a su seductora llamada, más aún cuando estaba encendida la mayor parte del día, y no precisamente para ver documentales sino, para tragarse todos los programas de entretenimiento, concursos, noticias y demás reality shows del momento. No se podía quejar en este aspecto ya que su padre siempre los justificaba con lo mismo : » sí sí, esto serán programas malos, pero son verdad y tus películas son siempre mentira «. El simple hecho de la realidad daba o quitaba valor a los programas, aunque fueran verdaderas fábricas de vergüenza ajena.

             En lo que se refiere a su ocupación habitual ya te dije que estudiaba y que, bueno, estaba acabando una de esas carreras que todo el mundo hoy en día intenta, la mayoría consigue acabar y muy pocos le sacan provecho obteniendo un trabajo o algo por el estilo. A él, el hecho de estudiar no sólo le proporcionaba esa oportunidad, sino que también le otorgaba una segunda oportunidad y me explico, este muchacho tenía que desplazarse alrededor de cincuenta kilómetros para ir a la ciudad donde estudiaba y eso suponía más gente, más amigos, más relaciones, en fin, más oportunidades de triunfar o fracasar en el arte de vivir, era como tener una doble vida con todas las letras, algo bastante positivo para las personas que como él, se pasaban el día pensando y haciendo experimentos con las relaciones personales.

ImagenContinuará…

 

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